El reto de la detección de problemas visuales exploración de la visión en niños pequeños
A diferencia de los otros sistemas sensoriales del ser humano, el sistema visual está muy inmaduro al nacimiento, y va desarrollándose progresivamente a lo largo de los primeros meses y años de vida. La primera infancia precoz, que se extiende hasta los tres años de edad, supone una ventana crítica para el desarrollo en el ser humano. La mayor parte de la información que recibe un niño durante los primeros años de vida es de origen visual. Esta información es el punto de partida de un complejo proceso de integración cerebral básico para el desarrollo de habilidades perceptuales, cognitivas, motoras y sociales. De este modo, los déficits visuales no diagnosticados precozmente en la infancia pueden tener consecuencias tanto en la función visual, como en el desarrollo global del niño.
La Organización Mundial de la Salud estima que hay 19 millones de niños en el mundo con problemas visuales. Las limitaciones de las herramientas de diagnóstico actuales provocan que muchos de estos niños no puedan ser diagnosticados hasta pasados los cuatro o cinco años de edad. Sorprendentemente, entre el 70 y 80% de esos problemas podrían haberse tratado o curado si se hubieran detectado a tiempo. En algunos países, hasta el 60% de los niños que pierdan la visión morirán durante los siguientes dos años. Todo esto justifica la necesidad de sistemas de vigilancia eficaces, capaces de detectar precozmente cualquier signo de desarrollo subóptimo.
Los programas poblacionales de cribado visual en la infancia, llevados a cabo por pediatras, optometristas u otros profesionales, son la principal herramienta para evitar los trastornos visuales no detectados o diagnosticados demasiado tarde. En la actualidad, la detección precoz de problemas visuales en los niños pequeños, bebés y pacientes con dificultades neurocognitivas supone un reto importante, que limita cualquier programa de cribado de problemas visuales en la infancia. Los tests visuales habituales están mayoritariamente diseñados para un paciente adulto colaborador, con un buen nivel de desarrollo cognitivo y motor. La imposibilidad de utilizar estos tests en niños menores de tres o cuatros años, o con dificultades asociadas, hace que las únicas exploraciones que pueden realizarse a nivel poblacional en estos niños sean demasiado básicas, subjetivas y dependientes de la experiencia del examinador.
El dispositivo DIVE ha sido desarrollado para permitir explorar de forma precisa y objetiva la función visual incluso en pacientes no verbales, facilitando así el diagnóstico y tratamiento temprano de los problemas de visión en niños pequeños y bebés. Tanto la presentación de estímulos como la valoración de la respuesta por parte del paciente se hacen de un modo automatizado y adaptado a las características especiales de cada niño (edad, maduración y capacidad visual). Estas características, junto con la portabilidad del dispositivo, permiten llevar la detección de problemas visuales a niños de tan sólo meses de edad.